2009/08/17

El sambenito

Se dice que Bernard Shaw observando a los negros americanos dijo: "Les obligáis a limpiar zapatos y llegáis a la conclusión de que sólo sirven para limpiar zapatos".

El prejuicio lingüístico, expresado por boca del falangista Adolfo Suárez, aparece con frecuencia en boca españolista cuando se escucha que el catalán, el euskera o el gallego sólo serían aptos para los usos elementales cotidianos, mientras que su uso sería un inconveniente en los dominios de la técnica, de la ciencia o de la vida pública en su conjunto, incapaces de vehicular nociones modernas, conceptos científicos, incapaces de ser lenguas de enseñanza, de cultura o de investigación. "En el País Vasco se valora más el saber euskera que el ser un buen médico", rezaba el título de un periódico, comentando la proposición no de ley al Parlamento vasco presentada por la parlamentaria pepera Laura Garrido Knörr sobre la discriminación de los aspirantes a la OPE de Osakidetza por la valoración del euskera. Claro, la parlamentaria no dijo que en el País Vasco todo médico, todo funcionario y todo parlamentario debiera saber -está obligado a saber- euskera y castellano para atender dignamente al ciudadano/a vasca desde el respeto y no desde la imposición, por mucho que se intente acostumbrarnos.

El dialecto castellano, elegido como lengua nacional estándar, nunca ha perdido su carácter local original

El nacionalismo lingüístico español trata de ocultar su etnicidad, su localismo y regionalidad castellana. Impone su variedad a todo el territorio del Estado-nación para luego defender esa lengua nacional diciendo que es la lengua de comunicación más importante. Más que una lengua estándar lo que existe es una ideología de la estandarización. Trata de presentarla como de naturaleza superior, situada por encima de localismos y neutral desde el punto de vista étnico (de bragueta divina). A las demás variedades lingüísticas (el andaluz, el canario, el murciano, el extremeño…) las presentan como formas locales o dialectos de la lengua nacional. Es decir, según el nacionalismo lingüistico español habría una sola lengua, la nacional, el castellano=español, y multitud de variedades de ella (el canario, andaluz…). Digamos claramente, el español no es otra cosa que el dialecto castellano (una variedad más), magnificado al sobrarse de la región y al identificarse con el poderoso imperio, o, dicho de otro modo, estamos ante un dialecto español más sólo que impuesto con ejército.

La política lingüística del Estado español en la educación es estrictamente monolingüe y sigue promoviendo un monolingüismo restrictivo. En este momento puede haber unos ocho millones de ciudadanos del Estado para los que ese Estado no garantiza el derecho a educar a sus hijos en su lengua nativa fuera de su comunidad autónoma. El Estado español no ha dispuesto todavía los medios para que un niño gallegohablante, euskaldún o catalanoparlante, que tenga que desplazarse fuera de su Comunidad Autónoma, pueda acceder a la educación en su lengua nativa. Si, como ellos reivindican en las Comunidades Autónomas, todo ciudadano tiene derecho a ser escolarizado en su lengua nativa, y son lenguas oficiales el castellano, el gallego, el vasco y el catalán, el Estado debería responder de que este derecho se garantizara a todos los ciudadanos en todo el territorio del Estado, no sólo en Euskal Herria, Cataluña y Galicia. Pero ni es así ni tiene intención de serlo. Uno de los que mejor resumen esta idea es quien fue vicedirector de la Real Academia Española, el granadino Gregorio Salvador Caja, cuando dice: "… Recordé que, a pesar de todo, existían aún hoy en el mundo cuatro o cinco mil lenguas, y que… muchas de esas lenguas minúsculas se van extinguiendo, pero no hay que lamentarse, porque eso quiere decir que sus posibles habitantes, los que han ido abandonando, se han integrado en una lengua de intercambio, en una lengua más extensa y más poblada que les ha permitido ensanchar su mundo y sus perspectivas de futuro. Añado ahora que una lengua desaparece cuando muere la última persona que la hablaba y lo único triste de ese suceso es la muerte de esa persona". ¡No cabe duda de que este preclaro académico celebraría con champán la muerte del euskera, catalán y gallego!

El nacionalismo lingüístico español niega en la práctica que el Estado español sea plurilingüe y actúa en consecuencia. Las actuaciones de los grupos catalanes, vascos o gallegos a favor de su lengua, de su cultura y de su independencia política, se tildan y descalifican como nacionalistas, mientras que las de los grupos dominantes castellanohablantes se califican como no nacionalistas. Pero es que las actuaciones de los denominados grupos no nacionalistas también se fundamentan en la defensa y promoción de una lengua, una cultura étnica y un poder político de una nación concreta y, por tanto, son igualmente nacionalistas. Sólo que el nacionalismo disimulado de la nación dominante suele ser mucho más intransigente, antidemocrático y particularista que los nacionalismos dominados, dado que la etnia dominante dispone de los mecanismos políticos, económicos, administrativos y militares adecuados para aplastar por la fuerza cualquier intento importante de autoafirmación de los grupos o naciones minoritarios o no dominantes.

El estudioso Rodolfo Cerrón-Palomino nos recuerda que la conquista española en Perú significó el choque de una potencia expansionista europea con uno de los pueblos más altamente desarrollados y demográficamente compactos de América… "La sociedad nativa fue obligada, tras la agresión cultural producida por la conquista, a interpretar el mundo de otra manera, a leer el Universo con otros ojos". Pues bien, este acceso generalizado a la lengua nacional española, supuestamente liberadora, no ha sacado de la pobreza a millones de personas que siguen siendo víctimas de la explotación, la marginación, las enfermedades, la malnutrición y la falta de recursos más básicos para subsistir dignamente, provocadas en buena medida por el nuevo orden político heredero del orden colonial originario, en el que una minoría privilegiada se enriquece a costa de la pobreza de la inmensa mayoría de la población.

La idea de que sólo las comunidades autónomas deben ser bilingües y de que este bilingüismo ha de ser asimétrico, de modo que el castellano sea la lengua predominante sobre la autonómica, aparece ya en un viejo lingüista nacionalista español, el españolísimo Menéndez Pidal. Leyendo y entresacando estas ideas del excelente libro "El nacionalismo lingüístico" del catedrático de Lingüística general en la Universidad Autónoma de Madrid, Juan Carlos Moreno Cabrera, me he acordado de aquellas conversaciones escondidas en euskera de mi ama, Estefanía, escuchadas con asombro de niño en algún rincón de la cuadra, con la compradora de huevos de Arriba Atallo (¿la señora Fructuosa?), defendiéndose ella, qué sé yo, si de la mentalidad navarrista-española de mi padre, o quizá acobardada y asustada ante la prohibición del demócrata español Franco.

La parlamentaria pepera Laura Garrido Knörr, al igual que los defensores del nacionalismo lingüístico español, siguen utilizando en nuestros días aquel viejo pensamiento, expresado por George Orwell en "Politics and the English Language": "El lenguaje político está hecho para que las mentiras parezcan verdades, para que el asesinato parezca respetable y para dar apariencia de solidez al viento mismo".

Mikel Arizaleta

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