Aste honen hasieran Karmele Zubiriren heriotzaren berri izan dugu. Karmele ezaguna da Bilbon euskal presoen aldeko bere ekimenagatik, izan ere bere semea andoni Ugalde, indautxuarra, urte asko darama espainiar estatuko kartzeletan.
Hona hemen Karmeleren heriotzari buruz Mikel Arizaletak idatzirirko testua:
En
este verano de sol, agua y granizo, de fiestas en pueblos y ciudades, de
esperanza de paz y de guerras abundantes… ha muerto Karmele Zubiri. De repente,
de un día para otro. “¡Ay! Baldorba, sol y viento seco, río de vino de la uva en
grano, de la espiga en trigo, dime... ¿Quién fue el maldito que te apartó del
camino? Oi Baldorba! Esazu nor zen bidetik baztertu zintuen madarikatua!”, al
compás de este bello y sentido lamento, escrito por Juan Anonio Urbeltz y
musicado por Benito Lertxundi, hoy rueda por la mejilla de su esposo Alex
Ugalde, familia y amigos una lágrima gorda.
Su
vida fue enseñanza de rostro risueño. Familia de años de poso y de base amplia,
abertzales comprometidos, una vida dura, pero vital y activa, que les tocó en
suerte y supieron bailar en los largos y negros años del franquismo. Ni la
persecución, ni el requiso, ni las penurias torcieron su camino: no en el
franquismo, tampoco en la llamada transición. Con frecuencia esta amama Karmele
visitaba a uno de sus queridos hijos, Andoni, lejos, preso en una cárcel
española. La ikurriña, tejida en su sastrería del Casco Viejo bilbaino, ondeó en
lo alto del ayuntamiento del Botxo cuando el gobernador y los policías
impusieron con saña y baba la española en un día de
fiestas.
Y
la muerte de esta mujer de bello rostro, mujer buena, generosa, entregada a los
demás hasta el olvido de sí, positiva, con garra, reivindicativa, de familia
extensa, de mesa larga y tertulia de banco corrido, que se fue con el presoak
etxera de su hijo Andoni y de otros tatuado en su agotado corazón, ¡qué ejemplo,
Karmele!, me trae al recuerdo aquella poesía de Juan Ramón
Jiménez:
Y
yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto
con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes
el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están
tocando,
las campanas del campanario.
Y
yo me iré y se quedarán los pájaros cantando
Como dice el escritor Koldo
Campos, hay vidas que, de muertas, sólo son biografías, ambiguos prontuarios de
cuentos y de cuentas, acaso un mal habido patrimonio y algunos herederos peor
hallados, un perro que les ladre dolientes titulares, un alcalde de encargo, un
cardenal de oficio y un par de funerales.
Pero
apenas la tierra se sume al homenaje y los gusanos rindan honores al difunto, de
aquel ilustre muerto va a quedar, si me apuran, la misa aniversario con que
la Iglesia
reconforta el luto mientras la viuda quiera pagar los honorarios, y una lápida
triste que recuerde un olvidado nombre y un extraviado
año.
Son
vidas que se pierden en el tiempo sin un beso en la espalda ni una mano en el
pecho, infelizmente muertas.
Pero
hay muertes que, de vivas, nos dan las buenas horas, nos lustran la sonrisa, nos
atan los zapatos con los que andar el día, nos rondan y nos cantan los sueños
que aún amamos.
Son
muertes tan poco moribundas que siempre están naciendo y así no tengan visa para
el cielo o el aval de la ley para la gloria van a seguir estando con nosotros,
memoria que respira y pan que se comparte, dichosamente
vivas.
Sin
duda que Karmele Zubiri, la gran Karmele, y otras de parecido perfíl van a
seguir estando con nosotros, memoria que respira y pan que se comparte,
dichosamente vivas.
Hay una jota Navarra, que sin duda se
cantará estos días en las fiestas de la Tafalla jotera, que dice: “Más que a
nadie en este mundo a una madre hay que querer, más que a nadie en este mundo,
porque ella nos dio la vida, “pa” que quieres más orgullo, “pa” que quieres más
orgullo, a una madre hay que querer”. Y Karmele tuvo diez hijos.
Eskerrik asko Karmele.