Dice Alberto
Cortez que “cuando un amigo se va…” compuso a la muerte de su padre, que fue
para él su mejor amigo. Alberto Cortez dice en su canción
que:
Cuando un amigo se va
queda un tizón encendido
que no se puede apagar
ni con las aguas de un rió.
Cuando un amigo se
va
se queda un árbol caído
que ya no vuelve a brotar
por que el viento ha vencido.
se queda un árbol caído
que ya no vuelve a brotar
por que el viento ha vencido.
Y Koldo Campos
escribe
Hay vidas que, de muertas, sólo son biografías, ambiguos
prontuarios de cuentos y de cuentas, acaso un mal habido patrimonio y algunos
herederos peor hallados, un perro que les ladre dolientes titulares, un alcalde
de encargo, un cardenal de oficio y un par de funerales.
Pero apenas la tierra se sume al homenaje y los
gusanos rindan honores al difunto, de aquel ilustre muerto va a quedar, si me
apuran, la misa aniversario con que la Iglesia reconforta el luto mientras la
viuda quiera pagar los honorarios, y una lápida triste que recuerde un olvidado
nombre y un extraviado año.
Son vidas que se pierden en el tiempo sin un
beso en la espalda ni una mano en el pecho, infelizmente muertas.
Hay muertes que, de vivas, nos dan las buenas
horas, nos lustran la sonrisa, nos atan los zapatos con los que andar el día,
nos rondan y nos cantan los sueños que aún amamos.
Son muertes tan poco moribundas que siempre
están naciendo y así no tengan visa para el cielo o el aval de la ley para la
gloria van a seguir estando con nosotros, memoria que respira y pan que se
comparte, dichosamente vivas, como la de nuestro Txomin
Ziluaga.
Mikel
Arizaleta, 16 de diciembre 2012
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