2009/08/19

Pablo Antoñana



Leyendo los libros de Pablo Antoñana siempre le imaginé árbol solitario en rastrojo navarro y, muchas veces, tras su lectura, me acordé de aquella poesía de Juan Ramón Jiménez “Árboles hombre”. Hoy, que ya es polvo de camino, me pregunto ¿por qué fue árbol solitario en rastrojo navarro agostado?

Ayer tarde,
volvía yo con las nubes
que entraban bajos rosales
(grande ternura redonda)
entre los troncos constantes.

La soledad era eterna
y el silencio inacabable.
Me detuve como un árbol
y oí hablar a los árboles.

El pájaro solo huía
de tan secreto paraje,
sólo yo podía estar
entre las rosas finales.

Yo no quería volver
en mí, por miedo de darles
disgusto de árbol distinto
a los árboles iguales.

Los árboles se olvidaron
de mi forma de hombre errante,
y, con mi forma olvidada,
oía hablar a los árboles.

Me retardé hasta la estrella.
En vuelo de luz suave,
fui saliéndome a la orilla
con la luna ya en el aire.

Cuando yo ya me salía,
vi a los árboles mirarme.
Se daban cuenta de todo
y me apenaba dejarles.

Y yo los oía hablar,
entre el nublado de nácares,
con blando rumor, de mí.
Y ¿cómo desengañarles?

¿Cómo decirles que no,
que yo era sólo el pasante,
que no me hablaran a mí?
No quería traicionarles.

Y ya muy tarde, ayer tarde,
oí hablarme a los árboles.


Y me he acordado de que en el Parque de la memoria de Sartaguda aparece su nombre y su firma de fusilado navarro.


Mikel Arizaleta

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