Aquel día lloré de miedo en la noche. Era niño pequeño y por la mañana el cura pintó en la iglesia del pueblo la tortura ideada por Dios contra los hombres del infierno. El relato fue duro, largo, detallado, minucioso, seguido, sin puntos ni comas, casi sin tiempo ni descanso para respirar. Y yo, angustiado, me fui cobijando bajo el brazo y metiendo la cabeza en el sobaco de mi aita. Con los años me di cuenta que el sádico y el infierno era el cura. Resulta traumático descubrir la tortura en las gentes. Y produce un dolor inmenso y muchas cosas más… angustia, desconfianza, inseguridad. El torturador es una mala bestia y un dinamitero de humanidad.
En muchos rincones de la historia, pasada y reciente, vieja y de nuestros días, hay relatos de miedo y tortura, gotas de sangre sudadas por gentes martirizadas por otras gentes. Hace ya unos años topé con el libro Giordano Bruno oder Der Spiegel des Unendlichen del psicoterapeuta Eugen Drewermann, hoy traducido ya al castellano como Giordano Bruno o El espejo del infinito. Y en Hojas al viento escribe aquel condenado a la hoguera por hereje en 300 folios la última semana de vida. “Desde hace ya mucho tiempo no sé lo que es muerte ni lo que es vida. Sí, ya ni siquiera sé lo que es amor ni lo que es odio. Todos los conceptos se me han confundido… Si hoy me dejasen libre notaría que ya no tengo alas… En los últimos ocho años he envejecido como si hubieran sido ochocientos… Me acuerdo de un sueño de mi infancia: Estoy en la cama, pegada a la pared de un dormitorio minúsculo que da la impresión de una conejera. Tengo apretada la colcha contra los labios, como para reprimir un grito silencioso, los ojos convulsivamente cerrados, cual si de abrirlo fuese a ver algo terrible o, más bien, como si la misma apertura de mis ojos fuese el verdadero motivo de que esa cosa terrible ocurriera irremisiblemente”.
Un día por la mañana paseé por el campo de concentración de Dachau, a una treintena de kilómetros de Munich, uno de los muchos campos de tortura y muerte del mundo. Los judíos de nuestros días, que conservan lustroso aquel antro de inhumanidad nazi con dinero alemán para denuncia de una barbarie, hoy han erigido ellos, con sonrisa cínica, otros campos de tortura y muerte para los palestinos como homenaje a sus padres torturados.
Pero con los años he descubierto de cerca algo que me tiene anodado, y de lo que durante años no me había dado cuenta. Hablo de algo tan evidente como la tortura del poder: del alcalde, del gobernador, del presidente, del rey, del policía del hertzaina, del socialista…
Han ocurrido más veces, muchas más veces, pero la de ayer fue especial. La escuché paseando por la playa de Lekeitio una mañana de sol y verano chapoteando el agua de la mar. Hablaba un joven, Alain Berastegi, de las torturas recientes sufridas el 17 de julio de este año, de 2009, a pocos días de terminados los sanfermines, cuando iba de camino al trabajo en una zona próxima a Irunberri, un pueblecito navarro. Le esposaron, secuestraron en la soledad del monte, golpearon, le taparon la boca, injuriaron, trataron de asfixiarle, “me dijeron frases como que ellos eran dios para mí y que yo era una mierda y que no iba a existir más”. “Visiblemente nervioso al revivir su secuestro y tortura”, Alain Berastegi, relató las bestialidades que le perpetraron un grupo de hombres. “Sé que era la policía o la Guardia Civil. Todos sabemos quién hace este tipo de cosas”. Lo relatado es parecido o semejante a la tortura que se cuenta en la historia medieval, en las checas del Chile de Pinochet, de los campos de concentración del mundo, de la dictadura de Franco, de las cárceles de tortura de USA, de muchas comisarías españolas…
Sólo que hoy se sigue dando a unos pasos de nuestra casa y de nuestra vida. Y la tortura es practicada con el permiso, colaboración y por mano de un gobierno socialista, de muy reciente trayectoria sádica entre nosotros: el Gal. Por hombres y mujeres de nuestro entorno, que ocupan puestos de gobierno y mando y son vulgares sádicos. Con dolor y espanto grito al viento, una vez más, que también en el estado español estamos gobernados por una cuadrilla de criminales y torturadores. Socialistas, jueces y reyes que, como los judíos, al tiempo que denuncian las prácticas de tortura de otros, son ellos mismos quienes también practican la muerte y la angustia entre los suyos con impunidad y cinismo. Hoy y entre nosotros el torturador lleva apellido de socialista español. Deber nuestro es responderles como lo hace Alain Berastegi: “Yo les respondo con la denuncia que he interpuesto y denunciando esto en público. Lo denuncio por todo lo que me han hecho y para que no tenga que vivir esta situación ningún ciudadano vasco ni ningún ciudadano del mundo”, y no como por ejemplo EITB, la televisión vasca, guardando un silencio cobarde y colaborador.
Mikel Arizaleta
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