El 12 de julio, en El País, Manuel Montero, ex rector de la UPV y catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco, escribió A buenas horas… a propósito de la petición tardía de perdón por parte de la Iglesia vasca a sus 14 sacerdotes ejecutados por las tropas franquistas. Le censura “su olvido de 73 años” o quizá el “querer lavar la cara ante su feligresía nacionalista”, “el quedar bien con los suyos”. Yo también en canes muti acusaba a los obispos de la Iglesia vasca de ser tardos en la petición de perdón, incluso a sus curas.
Pero llama la atención que el catedrático de Historia Contemporánea de la UPV afirme que “la gesta es verdaderamente chocante, pues a nadie se le ocurriría que la actual Iglesia vasca tiene alguna complicidad con la que tachó de Cruzada la sublevación militar”. A mí no me cabe la menor duda. La Iglesia oficial vasca está en deuda, en este tema, con mucha gente: la de antes y la de ahora. Hubo curas y religiosos sensatos, razonables, amantes de su pueblo, humanos, proclamadores de compasión y justicia como Ayerra en Alsasua, Gumersindo de Estella, el obispo Mateo Múgica, amén de los 14 fusilados y otros muchos, encarcelados por ir en contra de una Iglesia oficial medieval de cruzada, muerte y sangre. Iglesia que sigue perviviendo en la generalidad de los obispos españoles actuales. En frase de otro profesor de Universidad, Enrique Curiel: “Me rebelo, también, contra una mayoría de la Conferencia Episcopal que, poniendo de relieve su cobardía, es incapaz de pedir perdón, como han hecho ahora los obispos vascos, por el apoyo prestado durante casi cuarenta años a la represión de la dictadura. Ni siquiera son capaces de acompañar en el dolor a las familias de tantos católicos fusilados por la furia de Franco”. Por desgracia no es agua pasada.
Y llama aún más la atención proviniendo la queja de un ex rector de la UPV, profesor de Historia Contemporánea, que tan poco se ha significado –con lo que ha llovido- en este campo reivindicativo de la memoria, como lo han hecho profesores ilustres de historia como Julián Casanova o Francisco Espinosa, por citar tan sólo a dos, y, para colmo, provenga de alguien que ha sido colaborador estrecho en Democracia Socialista del criminal galoso Ricardo García Damborenea en 1990. De eso han pasado ya 19 años y que yo sepa tampoco por ello Manuel Montero ha pedido perdón o se ha retractado hasta el día de hoy.
Señor Montero, estoy de acuerdo que la petición de los obispos de la Iglesia vasca es tardía y remolona. "No es justificable, ni aceptable por más tiempo, el silencio que en los medios oficiales de nuestra Iglesia se ha envuelto la muerte de estos sacerdotes", confesaron públicamente los prelados. Y, aunque tarde, se agradece.
Pero -y esto debe saberlo un catedrático de Historia Contemporánea- es que los obispos españoles, los tribunales españoles de justicia, el poder judicial, el gobierno socialista y la oposición, ¡no hablemos de los militares y su rey!, están todavía a años luz de los obispos de la Iglesia vasca en este campo, como afirma Enrique Curiel en artículo publicado en Deia “Con la Iglesia vasca”.
Mikel Arizaleta, 17 827 048
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