No es que no lo supiéramos, pero es que cada vez guardan menos las formas.
Ayer comenzaba la huelga de hambre que varios vecinos de Bilbao están llevando a cabo en solidaridad con la lucha del colectivo de presos vascos por sus derechos más elementales. La intención era pasar estos días en la iglesia de San Nicolás. Pero quedó claro que la Iglesia no tiene sitio para los que no son amigos del poder. Los echaron con cajas destempladas con una serie de argumentos aberrantes y vergonzosos: "La iglesia no es del pueblo" fue el más utilizado. "Tampoco está para dar cobijo a asesinos", fue otra perla de este muestrario de tolerancia, caridad, apoyo a los pobres, los necesitados y los que sufren persecución por la justicia, en palabras de su fundador. El último argumento fue que "fuera de aquí o tendré que llamar a la policía para que les desalojen". Dijo el buen cristiano "que era lo que le había ordenado su jefe". ¿Qué jefe? ¿Dios? ¿El obipo? ¿El alcalde? El consejero de Interior? No nos lo dijo.
Pero si Cristo volviera, seguro que los volvía a echar del templo a zurriagazos, y seguro que para ello no necesitaba a la Ertzaintza.
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