Curioso, gritan a coro la debilidad de los abertzales en sus manos cuarteleras: “¡Se cagan de miedo en nuestras manos esos valientes!”, “¡Cantan la intemerata!”. “¡Todos ellos pronuncian ante nosotros un discorso molto lungo!”. ¡Estos abertzales se acusan a sí mismos cual sádicos de novela, caminan hacia penas sin fin como mártires fanáticos!
Tanto es así que tras días de incomunicación se llena de palabras el ministro de Interior de turno y micrófonos pueblan su mesa. Mil cámaras le enfocan. Habla el profeta y sus palabras son dogmas, que se repiten en radios, periódicos, televisiones y embajadas. Luego los jueces certifican y firman el anatema y la sentencia.
La misma historia que la de Giordano Bruno y la de tantos otros “cobardes” del mundo –como estos abertzales- en manos de sutiles gobernantes. Una lección clara, vieja y actual, que nos enseña la historia: la tortura institucional contra el rebelde, contra el crítico, contra quien trae mensajes de igualdad y ciudadanía. La tortura contra la libertad de los pueblos. Da igual el continente. Sumisión o tortura.
No olvidemos entre nosotros el largo silencio de la posguerra, el miedo reinante todavía en gentes y pueblos, regidos aún por los matones de entonces. Empleados de capitales robados. Ellos y sus descendientes siguen dictando pactos de silencio, esparciendo el miedo, ejerciendo el terror. Oír hoy en silencio conversaciones de bar en tierras de Castilla es escuchar discursos de Queipo de Llano, soflamas de Inquisición o pensamientos de Antonio Vallejo Nágera.
La tortura como interrogatorio abertzale, la cárcel como mensaje de sumisión, como adoctrinamiento del adversario político, como criminalización de su ideal. En definitiva, tratan de desposeer de la condición humana al enemigo.
La tortura hoy, en sus manos, practicada las más de las veces en sus oficinas, en la soledad. La tortura moderna de los socialistas, de los jueces, fiscales, forenses. La tortura del poder, como siempre.
Una tortura, que se viste de silencio entre nosotros, entre otros en el juez Ibarra, en el fiscal Galparsoro, en el PNV, en el Colegio de Abogados… y se hace colaboración y verdugo en el PP y en el PSOE.
El trato descrito por Juan Carlos Besance (uno de los últimos detenidos por el juez Eloy Velasco y la guardicacivil española) en los interrogatorios resulta tétrico.
Dice que se prolongaban durante unas dos horas, en las que «lo desnudaban de cintura para abajo y le obligaban a realizar flexiones, mientras le pegaban patadas en la tripa. Lo envolvían con una manta, lo ataban con una cinta y le envolvían las manos con gomaespuma, le ponían una bolsa en la cabeza dejándole sin respiración y le daban patadas en los testículos. Le golpeaban en el cuerpo, dejándolo empapado de sudor. En ese estado lo llevaban a una habitación que llamaban `el frigorífico', donde hacía mucho frío. Comenzaba a tiritar, no podía ver nada, pero sintió mucho frío».
Añade que en los interrogatorios escuchaba muchas voces, gritos y amenazas, y que su hermano fue detenido con el objeto de presionarle: «Tenían claro desde el principio que no tenía nada».
Es la tortura hoy entre nosotros, tortura que no encuentra eco en periódicos de dictadura e inquisición, como no la encontraron la de Giordano Bruno o la de cárcel de mujeres de Saturrarán en el Correo Español, por citar un ejemplo.
Yo no quiero callar ni guardar silencio. Me duele vuestra inhumanidad y vuestra cobardía. De momento me sumo a los versos de Erich Fried a la muerte del fiscal Buback:
Mejor hubiera sido
que hombres como vosotros
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